Uno de los principales escenarios a los que nos enfrentamos como padres o madres, es aquel donde nos vemos obligados a enseñar una conducta positiva o a eliminar algo que no está bien.
En muchas ocasiones, la frase de "Es una etapa, ya se le pasará", es la solución perfecta. Como padres y madres no actuamos, con la convicción de que desaparezca esa conducta si no la atendemos. En términos psicoeducativos, esto se denomina extinción. Se deja de prestar atención a una conducta no deseada, o se eliminan los reforzadores que previamente la sostenían.
Esta técnica puede resultar efectiva ante conductas que se dan por primera vez, o que acostumbran a tener refuerzos contigentes. Por ejemplo, la primera vez que el niño tiene una perreta en un supermercado, y tras la retirada de su atención, vemos que nos sigue deteniendo su enfado.
Sin embargo, esta técnica no siempre resulta efectiva, más aún si tenemos en cuenta la educación emocional del niño o niña. El enfado, la frustración o la tristeza, son emociones y sentimientos que también debemos enseñar a regular. Los niños y las niñas no nacen aprendiendo que no deben pegar cuando se enfadan, son cosas que debemos enseñarles y que, además, facilitarán su aprendizaje y la sustitución de esta conducta por una más adecuada.
Son muchas las técnicas de modificación de conducta que, siguiendo una tradición cognitivo- conductual, nos indican que los niños y las niñas actúan y modifican su comportamiento atendiendo a los reforzadores que siguen a sus actos. Sin embargo, este tema lo trataremos en otra entrada más adelante.
Lo que hoy nos ocupan son esos reforzadores. Usamos premios o castigos, normalmente, cuando queremos premiar una buena conducta o castigar un mal acto. Es entonces cuando nos llegan los pensamientos de si estaremos haciendo lo correcto o no, cuando aplicamos un castigo.
Yo te invito a que cambies esos castigos y premios, por enseñar a tu hijo o hija que nuestros actos tienen consecuencias.
Si nuestros actos son positivos, nos comportamos de forma adecuada o expresamos lo que sentimos sin recurrir a gritos, golpes o pataletas, las consecuencias que le siguen serán igualmente positivas.
De lo contrario, si nuestros actos son negativos, recurrimos a los golpes, gritos, o pataletas, sin expresar con tranquilidad lo que sentimos, las consecuencias que vendrán a continuación también lo serán.
Lo que nunca será una opción para educar es no hacer nada. Como bien leí una vez, educar no es cómodo. Ser padres y madres no es sinónimo de comodidad. Es seriamente comprometido, y no podemos quedarnos inmóviles. Tenemos que actuar, para también educar sus emociones.

Te pondré un ejemplo que seguro te es familiar. Nuestro hijo o hija quiere un dulce para merendar. Sin embargo, consideramos que la merienda debe ser fruta o yogur. Con su continuo reclamo, el niño/a comienza a gritar, se enfada y llora exigiendo que se cumpla su deseo.
Tenemos dos opciones, castigarlo en su cuarto, no haciendo caso a su comportamiento, o bajarnos a su altura, mirarle a los ojos y explicarle que es mejor para su salud tomarse la merienda que hemos decidido, que no es momento de tomar el dulce. Podemos decidir que el dulce puede ser una consecuencia positiva si se toma la merienda, entonces se lo explicaremos así.
¿Qué opción crees que tendrá mejores resultados? ¿Cuál utilizas tu en tu día a día? ¿Eres de premios y castigos, o de consecuencias?
En muchas ocasiones, la frase de "Es una etapa, ya se le pasará", es la solución perfecta. Como padres y madres no actuamos, con la convicción de que desaparezca esa conducta si no la atendemos. En términos psicoeducativos, esto se denomina extinción. Se deja de prestar atención a una conducta no deseada, o se eliminan los reforzadores que previamente la sostenían.
Esta técnica puede resultar efectiva ante conductas que se dan por primera vez, o que acostumbran a tener refuerzos contigentes. Por ejemplo, la primera vez que el niño tiene una perreta en un supermercado, y tras la retirada de su atención, vemos que nos sigue deteniendo su enfado.
Sin embargo, esta técnica no siempre resulta efectiva, más aún si tenemos en cuenta la educación emocional del niño o niña. El enfado, la frustración o la tristeza, son emociones y sentimientos que también debemos enseñar a regular. Los niños y las niñas no nacen aprendiendo que no deben pegar cuando se enfadan, son cosas que debemos enseñarles y que, además, facilitarán su aprendizaje y la sustitución de esta conducta por una más adecuada.
Son muchas las técnicas de modificación de conducta que, siguiendo una tradición cognitivo- conductual, nos indican que los niños y las niñas actúan y modifican su comportamiento atendiendo a los reforzadores que siguen a sus actos. Sin embargo, este tema lo trataremos en otra entrada más adelante.
Lo que hoy nos ocupan son esos reforzadores. Usamos premios o castigos, normalmente, cuando queremos premiar una buena conducta o castigar un mal acto. Es entonces cuando nos llegan los pensamientos de si estaremos haciendo lo correcto o no, cuando aplicamos un castigo.
Yo te invito a que cambies esos castigos y premios, por enseñar a tu hijo o hija que nuestros actos tienen consecuencias.
Si nuestros actos son positivos, nos comportamos de forma adecuada o expresamos lo que sentimos sin recurrir a gritos, golpes o pataletas, las consecuencias que le siguen serán igualmente positivas.
De lo contrario, si nuestros actos son negativos, recurrimos a los golpes, gritos, o pataletas, sin expresar con tranquilidad lo que sentimos, las consecuencias que vendrán a continuación también lo serán.
Lo que nunca será una opción para educar es no hacer nada. Como bien leí una vez, educar no es cómodo. Ser padres y madres no es sinónimo de comodidad. Es seriamente comprometido, y no podemos quedarnos inmóviles. Tenemos que actuar, para también educar sus emociones.

Te pondré un ejemplo que seguro te es familiar. Nuestro hijo o hija quiere un dulce para merendar. Sin embargo, consideramos que la merienda debe ser fruta o yogur. Con su continuo reclamo, el niño/a comienza a gritar, se enfada y llora exigiendo que se cumpla su deseo.
Tenemos dos opciones, castigarlo en su cuarto, no haciendo caso a su comportamiento, o bajarnos a su altura, mirarle a los ojos y explicarle que es mejor para su salud tomarse la merienda que hemos decidido, que no es momento de tomar el dulce. Podemos decidir que el dulce puede ser una consecuencia positiva si se toma la merienda, entonces se lo explicaremos así.
¿Qué opción crees que tendrá mejores resultados? ¿Cuál utilizas tu en tu día a día? ¿Eres de premios y castigos, o de consecuencias?
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